Hacia la época de lluvia comienzan a crecer las nuevas espigas del año de los frailejones del páramo venezolano, para florecer cerca de setiembre al final del invierno y adornar el páramo de oro puro con millones de flores durante todo el mes de octubre. Hasta diciembre, aunque en menor cuantía, se ven muchas inflorescencias todavía radiantes.
La especie más común en el páramo venezolano es el Frailejón de Octubre (Espeletia schultzii). Hacia la sierra de la Culata, en el páramo de Piedras Blancas, hay otra especie muy interesante, debido a que alcanza más de dos metros de altura, esta es la Espeletia moritziana.
Son las poblaciones vegetales más sobresalientes en los páramos de Venezuela, Colombia y el norte de Ecuador, aunque no las únicas pero sí se destacan por las majestuosas adaptaciones que han ido adquiriendo con el tiempo. Al vivir en condiciones climáticas bastante extremas, de cambios diurnos constantes y bajas temperaturas en las noches, sus hojas se han cubierto de una capa de vellosidades que las aísla del viento y así del exceso de evapotranspiración lo cual se convertiría en un problema ya que a pesar de que los páramos son las fuentes primeras del recurso hídrico, el congelamiento que sufre el agua por las bajas temperaturas hace difícil la absorción por parte de las plantas. Asimismo estos “frailes de las montañas” cuidan sus tejidos internos y el agua que allí se almacena con una “ruana” o “terno” permanente formada por las hojas que poco a poco se van secando y permanecen en el tallo (hojas marcescentes). No todas las mantienen, pero sí la mayoría y esto generalmente aparece en las plantas que habitan a mayores alturas.
Sus semillas son dispersadas por el viento, pero debido a que carecen de alas o pelos que faciliten su movimiento el proceso de colonización de las poblaciones ha sido lento y se debe mover a través de extensiones intactas de páramo.