Hace pocos meses, se estimaba que para el 2019 el
60% de los jóvenes graduados habrán salido del país. Esa estimación ya
ha subido al 70%. Estamos en un proceso continuo de rebajamiento
material y espiritual.
Pocos lunes comienzan con tanta
aprehensión e incertidumbre. La imagen de Venezuela al cierre de la
tercera semana de mayo era la de una muchedumbre en pánico encerrada en
un asfixiante local sin salida, una multitud corriendo desesperadamente
en todas direcciones, dándose golpes, desorientada, en caos, guiada por
los más desmoralizantes rumores.
El salto espectacular del dólar por encima de los 400 bolívares, el
masivo volumen de bolívares comprando dólares en Cúcuta, el arbitrario
traslado de Daniel Ceballos, la huelga de hambre de Leopoldo López, la
imagen de Eudomar Santos convertido en el corrupto general Diosdado
Carreño Arias, las murmuraciones sobre la implantación de un corralito,
la señal de alarma en los inventarios, la falta de agua y de
electricidad, los llamados a tener alimentos y dinero en efectivo, las
especulaciones sobre la explosión del narcoestado.
Todo un cuadro de pánico y angustia de una población desinformada y
en estado de impotencia, de una muchedumbre que una vez fue y se sintió
moderna y que no logra detener el pertinaz deterioro de su nivel de
vida.
El desplome abismal del bolívar ocurrido en los últimos días no tiene
un fundamento estrictamente económico. Va más allá de la racionalidad
financiera. Tiene un valor simbólico. La moneda se ha convertido en
signo de la depresión y postración mental que nos envuelve a todos. Al
paso que vamos, es probable que en el 2015 Venezuela alcance una
inflación cercana a las cuatro cifras.
Eso significa un empobrecimiento como nunca antes lo había
experimentado ningún sector de la población. ¿Cómo sobrevivir? nunca
había sido una pregunta que pasara por la mente de los venezolanos. Hoy
comienza a ser agobiante y es la pregunta que ha acelerado la estampida
de médicos y todo tipo de profesionales hacia el exterior.
Hace pocos meses, se estimaba que para el 2019 el 60% de los jóvenes
graduados habrán salido del país. Esa estimación ya ha subido al 70%.
Estamos en un proceso continuo de rebajamiento material y espiritual.
Con base en la experiencia de la
hiperinflación alemana, “ninguna devaluación súbita de la persona es
jamás olvidada: es demasiado dolorosa. La tendencia natural es entonces
encontrar algo que valga aún menos que uno mismo, que pueda despreciarse
de la misma manera en que uno fue despreciado”.
Ese algo es la moneda, que continúa desvalorizándose hasta llegar a
una total ausencia de valor. Y esa moneda somos todos los venezolanos
que formamos esta sociedad despreciada, devaluada y secuestrada por el
poder.