8.8.16

Un Leyenda Increíble.

Sopa en poceta con agua de lavamanos.
El fuego a alta temperatura debajo de aquella pieza sanitaria tradicional bullía produciendo lamentaciones. Aullaba como lobo cuando anunciaban una desgracia. Con vapores que se elevaban en forma de espantos; fantasmales. Calmándose con un toque de creolina y con una pizca de corneciervo. Embraveciendo, cada vez peor cuando le agregaban unas gotas de agua bendita acompañada con una estampita de San Miguel Arcángel; ameritando bajar la tapa inmediatamente haciéndole presión. De tantas manos cómplices; que le removían, que se agregaban; con la misma mala intención, la estaban poniendo morada, con tendencia  a color purpura.
Cerebros que no tienen nada de inteligencia, que no eran nada grande ni complejos, sino acomplejados, sin evolución, sin conciencia y sin capacidades caracterizadas; maquiavélicos, inestables y obtusos que no permitían fluidez sanguínea, sino circulación de maldades que no le dejaba crecer. Lenguas cortadas simétricamente a mitades iguales; largas y viperinas, perversas, de esas que aniquilan, que tristemente nunca faltan escupiendo únicamente sapos y culebras, lenguas que no construyen, sino que destruyen. Corazones con cáncer abrasivos en fase terminal; que nacieron sin el común sentido de moralidad. Almas corroídas por la miseria humana; tan miserable que lastimosamente daban pena, con sus propios muros de lamentos, de intereses mezquinos, y finalmente; intestinos largo y corto con dos cabezas de colmillos muy afilados y puntiagudos llenos de venenos mortales. Todos estos ingredientes hervían a borbotones en aquel caldo, desprendiendo un enrarecido hedor a cadáver de perro muerto de varios días, a azufre, a cachos quemados. Olor al propio diablo; impregnaba todo el lugar.

Esta no era una suculenta, reconfortante y reparadora sopa familiar de día domingo, sino, el caldo de cultivo en que nos hemos convertido como ciudadanos en la sociedad actual, afiliándonos a una sopa de complicidad; en donde la gente no para de consumirla. En donde la más perversa de las complicidades es la moral, la que renuncia a sus principios y valores, la que se resigna a la corrupción, a los desmanes, abusos y a las faltas de ética, aún más las aprovecha; la complicidad de individuos y grupos sociales que se hacen la vista gorda y ven hacia otro lado ante las faltas de los integrantes y los favorecidos de los poderes obedeciendo sin chistar, pero en beneficio propio sean favores políticos, sociales y más frecuentemente económicos.

Después de todo se vive ignorando la moralidad pública, justificando su quebrantamiento. Por tanto, esa comunidad de personas omnipotentes, supuestamente inocentes, se basa en la complicidad. Es decir, el vínculo que hermana la comunidad es ignorar las faltas del otro. Estableciendo un pacto social
       
En realidad se sabe que se hace lo que no se debe, pero igual se hace. Convirtiéndose en un moralismo hipócrita. Olvidándose por completo en que la vida es un bumerang; tarde o temprano se te regresa.
       
"Entre gitanos no se leen las suertes".